El Dōjō Kun ("preceptos del lugar de práctica de un Arte Marcial") es el código moral por el que las escuelas de Artes Marciales y el Budo en general se rigen. Se trata de unas disposiciones o normas éticas que suelen estar expuestos en muchos Dōjōs y que se acostumbra a repetir de viva voz por los alumnos -generalmente infantiles- en las clases.
Como tantos maestros suelen enseñar, el Karate Do es una disciplina más interna que física, y por ello, la búsqueda de una ética justa es tan importante o más que el alcance de una buena técnica y de una forma física potente.
El Dōjō Kun que siempre hemos repetido en el Club de Karate Do Herbert enseñado por nuestro querido maestro es el que sigue:
El Karate Do no solo nos forma física y técnicamente, también interiormente.
2. Dominarse a sí mismo (Jiseishin)
El autodominio es fundamental en todas las Artes Marciales.
3. Respeto a los demás (Minna ni sonkei)
Como reza el primer precepto de Gichin Funakoshi.
4. Reprimir la violencia (Hageshisa wo osaeru)
También abogaba por la paz el fundador de nuestra disciplina.
5. Humildad y valentía (Doryoku to konki)
La soberbia y la cobardía no tienen cabida en el Karate Do. Debemos ser humildes, y aunque el miedo es humano, debemos trabajar por superarlo.
6. Esfuerzo y constancia (Kenkyo to yuki)
7. Rectitud (Shojiki)
Se trata de la cualidad de ser justo en el sentido moral.
8. Orden y sana disciplina (Junjo to yoi kiritsu)
La enseñanza y la instrucción son necesarias para la consecución de nuestros objetivos.
>Conclusión*: Armonía con el Universo (Ketsuron to shite: Uchu to chowa)
Estas son las ocho máximas que conforman el citado Dōjō Kun, coronado con una sucinta ilación* que nos viene a decir que todo karateka debe buscar el equilibrio y la concordia con el prójimo.
Creo que es interesante conocer estos preceptos por parte de todo practicante y por todos los componentes del Club Herbert y no olvidar que, por buen técnico que se sea, ante todo hay que poseer un interior noble y afable. Nuestro maestro de lo que estaba más orgulloso, por encima de campeones y grandes karatekas, era de la gran familia que formaban sus alumnos.
Raúl Cabral.
Nota: traducciones a cargo de Ana Salazar.